Y como estaba previsto el día 18 de buena mañana ya estábamos en la furgoneta ilusionados y camino de Picos.
Ni en mis más optimistas previsiones pensaba que iba a tener la oportunidad de escalar con los cada vez más afamados miembros del “Grupo Salvaje”. Su sola presencia me causaba un respeto atávico. Ver sus caras atezadas, surcadas por cicatrices recuerdo de mil épicas escaladas me hacía sentirme en un estado onírico del que hubiera preferido no volver a la realidad.
Sumido iba yo en mis cuitas cuando Dani Tatxa nos contó su última aventura en el Picu. Ataviado del más rudimentario equipo y fiando a su fortaleza física y mental el éxito de aquella empresa se había adentrado en las vertientes más inhóspitas y verticales de la mítica montaña.
Como ansiaba parecerme, aunque solo fuera un ápice, una miserable molécula de mi ser, a tan grande aventurero. La magia del momento fue rota bruscamente pues alguien, inopinadamente, primero se tiró un sonoro cuesco y luego tal regüeldo que las lunas de la furgoneta casi entran en resonancia. Había que parar a almorzar.
Sin grandes contratiempos y tras más de 10 horas de agradable excursión en coche, el CD de los payasos de la tele nos amenizó el trayecto no sabéis bien como, llegamos al parking.
Tocaba repartir material, coger lo imprescindible y dejar aquello que no tuviera más utilidad que desgraciarnos algo más los riñones. Aún nuestras mochilas pesaban excesivamente y ya desde los primeros pasos las correas laceraban nuestros hombros.
Como suele ser habitual la subida la hicimos en medio de una tupida niebla que acrecentó la sensación de humedad creando un ambiente opresivo en donde no transpirábamos, eran cataratas lo que caía de nuestras espaldas y brazos. Tras dos horas de suplicio alcanzamos la Vega de Urriellu.
En mi caso en particular, noté que algo no funcionaba bien. No solo había sudado excesivamente sino que durante toda la subida había sentido una sensación de ahogo que ni reduciendo el ritmo fui capaz de mitigar.
Tras ponernos ropa seca y cenar un rancho de calidad más que discutible, por no decir vomitivo, tocaba preparar los trastos para el día siguiente.
Mientras trajinábamos con los trastos nos encontramos con Adrián y Antonio. Acaban de bajar de la Rabadá y ayer hicieron la Leiva. Buena marcha llevan. Mañana tienen previsto darle un tiento a la Murciana entrando pronto para evitar los tapones que han encontrado hoy.
Dani y Joan tenían previsto ir a la Rabadá Navarro, y Diego y él que escribe habíamos decidido esperar para al siguiente día atacar me muy buena mañana el Pilar.
A partir de ahí empezaron a ocurrir cosas extrañas. Primera: Me había dejado todas las barritas y polvos varios para bebida isotónica en el coche, hecho que no suponía un problema insalvable, pues el resto iba sobrado. Lo que si suponía un problema es que yo me había dejado la bolsa con la medicación que tengo que tomar. Nadie debe asustarse, pero con los años, uno debe tomar ciertas cosas, para evitar que el alemán y otros seres indeseables le hagan a uno visitas. La cuestión es que el olvido me obligaba a bajar al día siguiente al coche lo que implicaba nuevo palizón de subida.
Tras una noche sin pegar ojo comprendo que algo no va bien. Me siento febril y tengo una opresión en el pecho tal como si la Oeste del Picu hubiera yacido sobre mi durante toda la noche.
Tras el desayuno me armo de moral e inicio el descenso a Pandébano. Dani y Joan han entrado en la Rabadá tras una cordada y Antonio y Adrián, como habían previsto, van los primeros en la Murciana y a buen ritmo.
Según bajo empiezo a dudar si en Vega de Urriellu hay un refugio o la sección de Oportunidades del Corte Inglés. Es tal la cantidad de gente que sube, de todo tipo y pelaje, que dudo que cuando vuelva haya una piedra libre en la que ubicar las posaderas.
Tras recoger del coche lo que había olvidado inicio sin dilación el ascenso. Hoy voy prácticamente sin peso, una ligera mochila, con agua, barritas, algo de ropa y poco más. Desde las primeras cuestas compruebo que mi cuerpo responde mal. Me cuesta respirar y no hay ritmo que me resulte cómodo. Tras hora y media llego al refugio, totalmente sudado y muy desanimado. Tal y como me encuentro ya veremos si soy capaz de escalar algo. Lo más probable es que pinche en hueso y me vuelva de vacío.
Al llegar al refugio me llevo una sorpresa mayúscula al ver a Adrián y Antonio que inician el descenso. ¿Pero si ibais como motos?- Si, pero se nos ha caído la mochila con el agua y la ropa y hemos decidido bajarnos. ¡Vaya pu…! Veo como se alejan y me puedo imaginar la frustración tras lo acontecido.
Diego echándose una siestecita.
Mientras tanto Joan y Dani, que empieza a sufrir lentamente su metamorfosis, se pelean con los largos previos a la cicatriz.
Al final encuentro a Diego. Al principio no me apetece decirle que estoy bastante jodido y que es fácil que no esté en condiciones de escalar. Son las doce y empieza, si empieza, el día más largo que uno pueda imaginar.
El sol empieza a castigar y hay que buscar refugio en las pocas sombras si no quieres acabar abrasado como un pincho moruno.
Cada rato miras a la pared. Parece que el tiempo no pase. Las cordadas parecen puntos estáticos, a veces resulta imperceptible lo que han avanzado. Y hay donde elegir. 3 cordadas en la Rabadá Navarro, 3 en la Murciana, la última se escapará por la Rabadá, una en la Directísima y otra en “Soy un hombre nuevo”.
Diego y yo comentemos la equivocación de comer en el refugio. Para nuestra sorpresa de comer nos ponen los restos de la cena de ayer (15 €): un engrudo que pretende ser ensalada de arroz y un guiso aguado que pretende ser menestra de ¿verduras?. Para postre dos plátanos tan verdes que son casi imposibles de pelar.
Tras la comida le comentó a Diego que me encuentro mal y que no sólo no estoy para el Pilar sino que dudo que esté para escalar cualquier cosa. Aunque no sé cual es el origen de mis males empiezo a atiborrarme de Iboprufeno.
Si de la larga jornada de obligado parón tuviera que hacer una breve descripción se resumiría en varios epítetos: Tediosa, agobiante, eterna y abrasadora.
Seguimos con interés la progresión de Dani y Joan. Tras diez horas alcanzan la cumbre. Solo queda esperar y felicitarles cuando bajen. Y sigue pasando el tiempo.
Al final pasadas las ocho y media hacen acto de presencia en el refugio. Vienen cansados, pero sus caras no pueden disimular la satisfacción por la vía realizada.
Durante la cena les ponemos al tanto de la situación. Mañana tienen previsto ir a la cara norte. Mientras tanto nosotros tendremos que esperar a cómo evoluciono.
Afortunadamente la noche pasa sin mayores sobresaltos. Nada más despertarme me veo inútil para cualquier actividad.
En el desayuno para animarme me dicen que hago muy mala cara. ¡Super mega guay!
Diego me comenta que, aunque sea en solitario, se va ir a la Sagitario. Entonces le propongo acompañar y por lo menos asegurarle algún largo y si puedo subir pues mejor.
Iniciamos la aproximación. No me encuentro bien, pero no me voy ahogando como ayer. Al llegar a pie de pared ni corto ni perezoso le digo que me toca a mi, que empiezo yo. La cara de incredulidad de Diego es patente.
Mientras me encuerdo y organizo el material pienso que al final será la pared la que dicte sentencia. Si no estoy bien, pocos metros seré capaz de subir.
Como no todo va a ser negativo, voy escalando y me voy sintiendo algo mejor. No voy muy confiado, pero subo que es lo importante.
A partir de aquí se suceden 7 largos donde hay que templar pues la dificultad es mantenida, más alta de lo que indican los croquis, y la posibilidad de protección escasa.
Lo que en principio podía parecer una vía sencilla se convierte en una vía con cierto grado de compromiso y tramos algo expos.
Y como en esto de la escalada no hay criterio, en el último largo, el más fácil, y donde hay fisuras por doquier ponen dos parabolts que no tienen ningún sentido.
En dos horas y media hemos hecho la vía y le comento a Diego que si hubiéramos subido las zapatillas aún salíamos por la Leiva. Si decidimos bajar es porque mañana queremos escalar y no queremos cascarnos demasiado.
Diego en el primer largo de Sagitario.
El mismo que viste y calza en el segundo largo:
Y ahora desde otra perspectiva en el tercer largo.
Diego antes de que se manifiesten sus males en el cuarto largo.
Y como después del cuarto viene el quinto…
Diego en el sexto largo, el más difícil en grado, pero que mejor se protegía.
Y Diego saliendo de la vía.
Y la inefable foto, en este caso, del final de la vía.
Curiosamente en la foto Diego todavía no hace mala cara.
Inopinadamente yo me voy encontrando mejor. Paradójicamente Diego empieza a sentir dolor de cabeza nada más acabar. Bajamos en menos de media hora y antes de las dos ya estamos en el refugio. Como queda día por delante Diego decide, empieza a encontrarse peor, subir y tumbarse y yo como no quiero pasar un día como el de ayer decido coger algo de agua y subir a andar un poco.
Me dirijo al Jou de los Cabrones. Tras llegar al último collado pregunto a un solitario corredor para que me oriente y al final decido subir al Neverón de Urriellu que resulta un excelente mirador de la Oeste del Naranjo.
Dos imágenes del Picu subiendo al Neverón de Urriellu.
El menda en el Neverón.
Y el Picu desde la canal de Salida de la vía de los Celtas.
Tras poco más de dos horas estoy otra vez abajo. Si antes le dolía la cabeza a Diego, ahora es el estómago el que le está cambiando la cara.
Dani y Joan bajan de su intento a la Norte. Una cordada “plasta” ha ido haciendo tapón y les ha negado el paso por lo que han tenido que recular, escalar un diedro expo para volver a conectar con la Cepeda y finalmente salir a la cara sur.
Tal y como llegan nos cuentan sus andanzas. Diego va ya en picado. Se retira a un bloque algo separado y empieza con su particular agonía. Debe ser un virus intestinal pues empieza a vomitar todo lo que lleva encima.
¡Estamos apañados!